viernes, 2 de mayo de 2014

Mucho por hacer en este mundo.

No me gusta el rumbo del mundo, me siento obligado a aclararlo. De hecho, mi sentimiento va más allá de no gustarme: me desagrada profundamente mucha sociedad y todo lo que se le asocia. Es algo terrible, ya que vivo en un mundo en el que no puedo escapar de él. Por más que me esfuerce por ignorarlo, siempre se cuela algún conocimiento indeseado.
Sin embargo, yo soy incapaz de contagiar mis pasiones a nadie. Por mucho que me apasione una novela de Thomas Bernhard, la inmensa mayoría de la gente vive tan feliz sin saber quién coño es Thomas Bernhard. Mientras, yo estoy condenado a saber quién es Gerard Piqué, quién es su novia y quién es el Cholo Simeone.
Preferiría no enterarme de nada, pero, como me entero, a veces elaboro juicios, como los elaboro sobre la obra de Thomas Bernhard. Tampoco puedo apagar el cerebro. Y esta semana me he enterado de que el Real Madrid ha eliminado al Bayern de Múnich. Y ya sabía que el entrenador del Bayern era Pep Guardiola, que antes lo había sido del Barça.
Yo sabía cosas de Guardiola, aunque preferiría no saberlas, pero todo eso hacía de Guardiola un tipo que me caía simpático. Alguien con quien no me importaría compartir café o mesa de restaurante si se diera el caso. Un tipo no sé si interesante, pero sí una compañía agradable. Y las compañías agradables son raras de encontrar, así que me parecía muy bien el tal Guardiola, y cuando me enteraba de algún éxito suyo, me alegraba casi sin querer. Suponía que ganar cosas le haría feliz, y me gusta que la gente que me parece agradable y esforzada sea feliz. Tengo una empatía primaria que funciona a un nivel muy básico.
Tambien he visto de que mucha gente detesta a los grandes. Le detesta porque gana muchas cosas y tiene mucho éxito, pero, sobre todo, les detesta por la forma en que uno gana y tiene mucho éxito.
Hay un dicho que recorre ese odio, es un viejo mantra de los amargados y frustrados, que como he dicho antes, no soportan tus victorias y alegrías. La evidencia de que, efectivamente, si uno es mejor que ellos en tantos aspectos y niveles, no les arredra, y se aprestan a buscarle el lado oscuro.
 Lo de Guardiola es representativo de una actitud nacional. No sé si universal, pero, desde luego, muy generalizada en España: la demolición de la excelencia. Uno puede entender (hasta cierto punto) la envidia profesional. Dice Javier Gomá que no soportamos a las personas excepcionales porque subrayan nuestras miserias, que preferimos rodearnos de personas peores que nosotros.
  Debo de ser un espécimen muy raro, porque a mí sí que me inspira la excelencia ajena. No deseo ver caer a quien triunfa, no deseo ver gruñir al amable ni que se vuelva feo el guapo. Creo que hay personas mejores que yo, mejores que todos nosotros. Creo que hay personas excepcionales, que destacan por méritos propios no sólo como profesionales, sino como seres humanos. Gente que brilla, que tiene mejores sentimientos que la mayoría y los sabe expresar mejor, que se comporta mejor que la mayoría de la gente. No sólo no puedo compartir las risotadas de los amargados que desean reducirlo todo a su ínfimo mínimo común denominador, sino que las detesto tanto como detesto el fútbol.
Hay días en que no soporto el ruido del mundo. Mi iPod no tiene volumen suficiente para aislarme de él mientras paseo por sus calles llenas de gente pequeña y amarga.
Doy gracias a Diós de tener cuanto tengo, de poseer cuanto alcanzo y de ser quien y como soy.
Queda mucho por hacer en este mundo.